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Amour courtois

Amour courtois
Drutz et "midons"
"...Entonces me verás...y mi muerte, más elocuente que yo, te dirá qué es lo que se ama cuando se ama a un hombre..." (Pedro Abelardo a Eloísa)

viernes, 30 de julio de 2010

Bajtín, Rabelais y la historia de la risa

Rabelais era apreciado por los humanistas, en la corte y las capas superiores de la burgue­sía urbana y entre las grandes masas populares, debido al éxito popular inmediato a los pocos meses de la aparición de Pantagruel.
La unidad del universo rabelesiano está constituida por vario
s elementos que al Si­glo XVII comienzan a parecer heterogéneos y al XVIII ya son incompatibles: discusiones sobre problemas importantes, comicidad verbal de baja estofa, elementos de sabiduría y de farsa. Se trata de comprender la lógica unitaria que estructuraba esas manifestacio­nes, que hoy nos pare­cen tan dispares: los contemporáneos de este autor percibían el carácter festivo de las imáge­nes, influidas por el clima carnavalesco.
Bajtín anuncia que las imágene
s rabelesianas se atenúan y degeneran, y su universali­dad se debilita brutalmente. Y esto se manifiesta cuando estas imágenes son empleadas con finali­dad satírica. Cuando el grotesco se pone al servicio de una tendencia abstracta, se desnaturaliza fatalmente. Su verdadera naturaleza es la expresión de la pleni­tud contradictoria y dual de la vida, que contiene la negación y la destrucción (muerte de lo antiguo), consideradas como una fase indispensable, inseparable de la afirmación, del nacimiento de algo nuevo y mejor. El sustrato material y corporal de la imagen grotesca, (alimento, vino, virilidad y órganos corporales) adquie­re un carácter profundamente positivo. El principio material y corporal triunfa a través de la exuberancia.
Hay una exageración que se convierte en caricatura, por la tendencia
abstracta. Se recibie­ron del realismo grotesco imágenes de la vida material y corporal y recibieron la influen­cia directa de las formas carnavalescas de la fiesta popular. De allí el marcado hiperbolismo de estas imágenes, especialmente las de comida y bebida. Las exageraciones tenían su sentido posi­tivo y éste, en las imágenes, está subordinado al objetivo negativo de la ridiculización a través de la sátira y la condena moral. Esta sátira ataca a la nobleza feudal. La risa no queda tampoco reducida a una simple y pura ridiculización: conserva aún su integridad, su relación con la totalidad de la evolución vital, su bipolaridad y las tonalidades triunfantes del nacimiento y la renovación.
La actitud del Renacimiento con respecto a la risa: ésta posee un profundo valor de con­cepción del mundo, es una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa el mundo, la historia y el hombre; es un punto de vista particular y uni
versal sobre el mundo, que percibe a éste en forma diferente, pero no menos importante que el punto de vista serio: sólo la risa puede captar ciertos aspectos excepcionales del mundo. Ya en los siglos XVIII y siguien­tes, no es universal; la historia y los hombres que representan lo esencial e importante (reyes, jefes militares, héroes) no pueden ser cómicos, el dominio de lo cómico es restringido y especí­fico; sólo el tono serio es de rigor.
Primera fuente para Rabelais y la risa: Hipócrates, teórico de la risa a su modo, con su doctrina de la virtud curativa de la risa y la filosofía de la risa; es el “alegre médico”. Segunda fuente: de la filosofía en la época de Rabelais: la célebre fórmula aristotélica: el hombre es el único ser viviente que ríe. La risa estaba considerada como un privilegio espiritual supremo del hombre, inaccesible a las demás criaturas. Es un don d
ivino, ofrecido únicamente al hombre, forma parte de su poder sobre la tierra, junto con la razón y el espíritu. La tercera fuente de la filosofía de la risa es Luciano, sobre todo el personaje por él creado, Menipo, que ríe en el reino de ultratumba, Menipo o la Nécyomanía, de gran influencia en Rabelais. También los Diálo­gos con los muertos. Menipo es el único que no llora en los infiernos; es un hombre verdadera­mente libre, que no se preocupa de nada. Bajtín destaca la relación que se establece entre la risa y el infierno (y la muerte), con la libertad del espíritu y la palabra.[5]
La risa es un principio universal de concepción del mundo que asegura la cura y el renaci­miento, estrechamente relacionado a los problemas filosóficos más importantes, a los métodos que conducen al bien vivir y al bien morir. Ya en la Antigüedad, con fuentes como Atenea, Macrobio, Aulio Gelio, etc., se sabe que conocían también las tradiciones romanas de la libertad de la risa: las saturnales, el rol de la risa en la ceremonia del triunfo y en los funerales de los dignatarios.

La risa tiene una signif
icación positiva, regeneradora, creadora. A pesar de ello, evolu­cionó y vivió fuera de la esfera oficial de la ideología y la literatura serias, con una existencia no- oficial. Al vedar a la risa el acceso a los medios oficiales de la vida y de las ideas, la Edad Media le confirió privilegios excepcionales de licencia e impunidad fuera de esos límites: en la plaza pública, en las fiestas y en la literatura recreativa. La risa, radical, universal, alegre, se sepa­ró de las profundidades del pueblo y la “lengua vulgar” y penetró decisivamente en el seno de la gran literatura y la ideología “superior”. Las fronteras entre las literaturas oficiales y no- oficiales tenían que caer, porque, en parte, atravesaban la línea de división de las lenguas: latín y lenguas vulgares. Hay factores que contribuyeron a la fusión de lo oficial y extra- oficial. La cultura cómica popular durante varios siglos se había formado y sobrevivido en las formas no oficiales de la creación popular (espectaculares y verbales) y en la vida cotidiana extra- oficial; llegó a alas cimas de la literatura y de la ideología y luego descendió. La risa milenaria fecundó y fue fecundada. La palabra y la máscara del bufón medieval, las manifestaciones de regocijo popular carnavalesco, la fogosidad de la curia de ideas democráticas, los saltimbanquis de feria, se asociaron al saber humanista y a la ciencia y práctica médicas.
La risa en la E.M. estaba fuera de la ideología oficial y las manifestaciones de ésta, se la apartó del culto religioso,
del ceremonial feudal y estatal, de la etiqueta social y de la ideología elevada. El tono de seriedad exclusiva caracteriza la cultura medieval oficial. El tono serio se im­puso como la única forma capaz de expresar la verdad, el bien y todo lo considerado impor­tante y estimable. El miedo, la veneración, la docilidad, etc., constituían a la vez las variantes o matices de ese tono serio. El cristianismo primitivo ya condenaba la risa, el mimo, la risa mí­mica y la burla. Sin embargo, la Iglesia y la ideología defendida por ésta reconocía la necesidad de legalizar en el exterior de la iglesia, fuera del culto, del ritual y las ceremonias, la alegría y la risa y las burlas que se excluían allí. Esto dio como resultado la aparición de formas cómicas puras al lado de las manifestaciones canónicas. Se tolera la existencia de un culto paralelo de ritos específicamente cómicos.
Estos últimos son ante todo las “fiestas de los locos”, que celebraban colegiales y clérigos con motivo del día de San Esteban, Año Nuevo, Día de los Inocentes, etc. Al principio, se celebraban también en l
as iglesias como algo legal, luego fueron ilegales a fines de la Edad Me­dia y se las siguió en las tabernas y en las calles; había inversión paródica del culto oficial acompañado de disfraces, mascaradas y danzas obscenas. Casi todos los ritos de las fiestas de los locos son degradaciones de los diferentes ritos y símbolos religiosos transferidos al plano material y corporal.
Como indispensable: la diversión, bufonería, que es nuestra segunda naturaleza, innata en el hombre, para que pueda manifestarse libremente al menos una vez al año. Los barriles de vino estallarían si no se los destapara de vez en cuando, dejando entrar un poco de aire. Los hombres son como toneles desajustados que el vino de la sabiduría haría estallar si prosiguiese fermentando incesantemente bajo la presión de la piedad y el terror
divinos. Hay que ventilarlos. La bufonería y la ridiculez, segunda naturaleza humana, se oponen a la seriedad impecable del culto y la cosmovisión cristianas. La seriedad necesitaba una válvula de escape. Durante la “fiesta de los locos” la risa no era algo abstracto, reducido a una burla puramente denigrante contra el ritual y la jerarquía religiosa.
La risa popular penetró en los círculos religiosos medios y en los superiores, en todos los niveles por: 1) debilidad
de la cultura oficial religiosa y feudal en los siglos VII y VIII; 2) poder fuerte de la cultura popular, que debía ser tomada en cuenta forzosamente; 3) vigencia, continui­dad y vitalidad de las tradiciones saturnales romanas; 4) coincidencias de las fiestas cristianas con las paganas locales relacionadas con los cultos cómicos, de parte de la Iglesia para cristianizarlas; 5) característica de relativamente popular del nuevo régimen feudal, más bien progresista. Las restricciones fueron cada vez mayores. En los siglos siguientes (incluso el XVII) era habitual defender la risa invocando la autoridad de los antiguos teólogos y clérigos.
La fiesta de los locos es una de las
expresiones más estrepitosas y más puras de la risa festiva asociada a la Iglesia en la EM. Otra era la “fiesta del asno”, que evoca la huida de María con el niño Jesús a Egipto; pero el tema central era más bien el burro y su rebuzne; se celebra­ban las “misas del burro”. Éste es uno de los símbolos más antiguos y más vivos de lo “inferior” material y corporal, cargado al mismo tiempo de un sentido degradante (la muerte) y regenera­dor.
En la EM, la risa fue consagrada por la fiesta (al igual que el principio material y corpo­ral), la risa festiva predominaba. L
a risus paschalis: la tradición antigua permitía la risa y las burlas licenciosas en el interior de la iglesia durante las Pascuas. Desde lo alto del púlpito, el cura se permitía toda clase de relatos y burlas con el objeto de suscitar la risa de los feligreses, después de un largo ayuno y penitencia. Esta risa tenía la significación de un renacimiento feliz. Estas bur­las y alegres relatos de tipo carnavalesco estaban relacionados principalmente con la vida mate­rial y corporal. La risa volvía a ser autorizada del mismo modo que la carne y la vida sexual (prohibidas durante el ayuno).
Hay elementos de degradación material y corporal. El te
ma del nacimiento, de lo nuevo, de la renovación, se asociaba orgánicamente al de la muerte de lo viejo, contemplado desde un punto de vista alegre e “inferior”, a través de imágenes de derrocamiento bufonesco y carnavalesco. La risa y el aspecto material y corporal son elementos degradantes y regeneradores, con un papel muy importante dentro de las fiestas, que habían absorbido ciertos elementos de las antiguas paganas. Había un cortejo de regocijos populares y públicos, con glotonería y embriaguez. La comida y la bebida eran el centro de atracción de los banquetes conmemorativos. Tenían una significación simbólica más amplia, utópica, de “banquete universal” en honor de la abundancia, del crecimiento y la renovación. Se comía y bebía, en el caso de los monjes también, a la salud de los santos patronos enterrados. Ciertas fiestas adquirían un colorido específico de acuerdo con la estación, por ejemplo de la vendimia. La risa festiva se asociaba con el tiempo y la suce­sión de las estaciones. Se hacía desfilar en procesión caballos, mulas, asnos, toros y vacas. La población se disfrazaba y ejecutaba la “gran danza” en la plaza pública y en las calles; la suce­sión comprende las fases solares y lunares, la muerte y la resurrección y la renovación de la vegetación y los ciclos agrícolas.
El espectáculo miraba hacia un porvenir mejor: abundancia material, igualdad, libertad, como un retorno a la edad dorada de las saturnales. Hay un doble rostro: el oficial, religioso, que miraba hacia el pasado y servía para sancionar y consagrar el régimen existente, mientras que el rostro popular miraba alegremente hacia el porvenir y reía en los funerales del pasado y del presente. Se oponía al estatismo del régimen, a las concepciones establecidas.

Uno de los elementos
indispensables en la fiesta popular era el disfraz, con todo un siste­ma de degradaciones, inversiones e imitaciones burlescas. El disfraz es la renovación de las ropas y la personalidad social. Otro elemento: la permutación de las jerarquías; se proclamaba rey al bufón; durante la fiesta de los locos se elegía un abad, un obispo y un arzobispo de la risa. Ellos celebraban una misa solemne; había fiestas con efímeros reyes y reinas electos por un día. También estaba presente la lógica topográfica de ponerse la ropa al revés, medias en la cabeza, etc. Había que invertir el orden de los alto y lo bajo, arrojar lo elevado y antiguo y lo perfecto y terminado al infierno de “inferior” material y corporal, donde moría y volvía a renacer. Las parodias sagradas, por otra parte, e incluso como literatura recreativa escrita para los ratos de ocio y destinada a leerse durante las fiestas, se permitía solamente en una ocasión, en las fiestas donde tenía lugar la risa popular festiva. En los siglos VII y VIII, encontramos los testamentos paródicos como el Testamento de un cerdo, Testamento del asno y epitafios paródicos.
El prejuicio difundido según el cual la longitud de la
nariz estaba relacionado con la del falo, estaba en la época de Rabelais. El lenguaje familiar de los clérigos, intelectuales medieva­les, estudiantes y de la gente del pueblo estaba saturado de elementos de lo inferior material y corporal: obscenidades, groserías, juramentos, con la fuerza ambivalente rebajante y renova­dora.
Los ritos, espectáculos, parodia carnavalesca y la fiesta tienen 3 rasgos importantes: 1) universalismo: la cultura cómica era en gran parte el drama de la vida corporal (coito, nacimien­to, crecimiento, bebida, comida y necesidades naturales) pero del gran cuerpo popular de la especie, par
a quien el nacimiento y la muerte no eran ni el comienzo ni el fin absolutos, sino sólo las fases de un crecimiento y una renovación ininterrumpidas. Es un cuerpo colectivo inseparable del mundo y del cosmos, se basa en la tierra devoradora y engendradora. 2) vínculo indisoluble y esencial con la libertad. La risa era extraoficial aunque autorizada. La libertad existía dentro de los límites de los días de fiesta, con júbilo, coincidía con el levantamiento de la abstinencia alimen­ticia y sexual; esta libertad contrastaba con el ayuno pasado o con el que seguía. Por un breve lapso, la vida salía de sus carriles habituales y penetraba en los dominios de la libertad utópica Esta libertad efímera reinaba en la plaza y en las comidas de fiestas domésticas, con canciones báquicas de sobremesa que combinan el universalismo (la vida y la muerte), el lado material y corporal (el vino, el alimento, el amor carnal), fraternidad de los bebedores, triunfo de la abundancia, etc. La libertad ofrecida por la risa era sólo un lujo que uno podía permitirse en los días de fiesta. 3) Concepción del mundo popular no- oficial, o mundo al revés, o carna­valizado. La seriedad es oficial, autoritaria, relacionada con la violencia y las prohibiciones, induce miedo e intimidación, temor. La risa implica superación del miedo, sin violencia. El hombre medieval percibía la victoria sobre el miedo en la risa, sobre el temor místico, el que le inspiraban las fuerzas naturales, y el miedo moral que le encadenaba, agobiaba y oscurecía la conciencia.
El mundo es vencido por medio d
e la representación de monstruosidades cómicas, símbo­los de poder y la violencia vueltos inofensivos y ridículos; lo temible se volvía ridículo. Una de las representaciones indispensables del carnaval era la quema de un modelo grotesco denominado “infierno” en el apogeo de la fiesta. Se juega, así, con lo que se teme, se le hace burla, lo terrible se convierte en un “alegre espantapájaros”. El infierno carnavalesco es la tierra que devora y procrea; frecuentemente se convierte en cornucopia[6], el espantapájaros en una embarazada: las deformidades, vientres hinchados, narices gigantes, jorobas, etc. son expresio­nes del embarazo y la virilidad.
Lo terrible y extraterrenenal son convertidos en tierra, en madre nutricia que devora para procrear algo nuevo, más grande y mejor. Lo terrible terrenal: los órganos genitales, la tumba corporal, se expande en voluptuosidades y nuevos nacimientos (p. 87) La comicidad medieval se opuso a la mentira, a la adulación, hipocresía, destruyó el poder a través de la boca del bufón, de allí su importancia social. El hombre medieval podía conciliar su presencia piadosa en la misa oficial con la parodia de ese mismo culto en las plazas públicas. El hombre medieval parti­cipaba al mismo tiempo de dos existencias separadas: la vida oficial y la del carnaval; dos formas de concebir el mundo, piadosa y seria y cómica, coexistentes en la conciencia y en pintu­ras, pero con fronteras estrictas, sin fusionarse ni mezclarse. [Lo único temible es la serie­dad unilateral y petrificada.] (p. 160)

Como imágenes de la fiesta popular: despedida alegre del invierno, del ayuno, del año viejo, de la muerte, y se recibe con alegría a la primavera, los días de abundancia, de matanza de reses, los días de nupcias, el año nuevo, etc., símbolos de cambio y renovación, crecimiento y abundancia. Encontramos obscenidades sexuales y escatológicas, groserías e imprecaciones, palabras de doble sentido, comicidad verbal de baja estofa, la tradición de la cultura popular: la risa y lo inferior material y corporal.[7]

Según Rabelais, el centro de la topografía es el vientre; las funciones esenciales de éste son la paternidad y la maternidad, es lo inferior que mata y da vida. Hay un vínculo especial entre la comida y la absorción, y entre la risa y la muerte. Pero no hay que dar a esto una carácter moral y filosófico abstracto. La risa rabelesiana es a la vez negativa y afirmativa; en la base del efecto cómico se encue
ntra el sentimiento de la relatividad universal, de lo pequeño y de lo grande, de lo superior y lo insignificante, de lo ficticio y lo real, de lo físico y espiritual, el sentimiento del nacimiento, del crecimiento, del desarrollo, de la declinación, de la desaparición y sucesión de las formas de la naturaleza siempre viva.

[5] En la antigüedad, se permitía ridiculizar a los emperadores y jefes militares; la risa es un regalo de los dioses, y distingue al hombre del animal, de origen divino y se relaciona con el tratamiento médico y la cura de los enfermos.

[6] Cuerno de la abundancia.

[7] Episodio de los limpiaculos en Rabelais: una de las imágenes más difundidas dentro de la literatura escatológica, y en la literatura en general es una imagen vieja.

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